Conforme las sesiones se sucedían, el tiempo de estancia en
el más allá aumentaba. Pronto aprendía a hablar con las sombras. Y, poco a
poco, comencé a darme cuenta de que mi vida tan solo merecía la pena por esos
minutos de muerte. Irónico, ¿no?
Abro la puerta y entro en la misteriosa estancia. No está muy
decorada, una simple lámpara cuelga del techo y una mesa con producto químicos
sobre ella se sitúa a un lado. En el
centro, destacan un gran sillón con una máquina a su lado. Delante, hay un
hombre. Intercambiamos unas palabras de saludo y él me indica que me siente. Ya
conozco el proceso, así que no se molesta en explicarme nada. Me introduce una
aguja en la piel y deja que el líquido fluya por mis venas. Tengo un
presentimiento, no se si voy a volver o no. Cierro los ojos y dejo que la
muerte me arrastre a su sombrío mundo.
He muerto. Abro los ojos, pero no veo lo que esperaba, sino
que estoy en una sala idéntica a la que acababa de abandonar. Mi brazo continúa
conectado a la máquina. No entiendo lo que ha pasado, puede que algo haya
salido mal en el proceso y continúe en el mundo terrenal. Entonces, un hombre
se acerca a mi y me susurra lentamente.
-A la
muerte no le gusta que jueguen con ella.
Como has muerto mientras estabas vivo tendrás que vivir mientras estés
muerto.
Sus palabras suenan confusas en mis oídos. No les encuentro
significado. Justo en ese instante, algo tira de mí. Ahora camino por las calles
de noche, mientras la luna refulge en el cielo.
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