Relato
Camino apresuradamente por las calles en penumbra. La noche
es fría y la luna refulge en el cielo. Me detengo delante de una puerta, pero
enseguida me doy cuenta de que no es la correcta. Estoy nervioso, y me cuesta
pensar con lucidez.
Tan sólo hacía una semana que se me había acabado la droga y
mis deseos de consumirla aumentaban a cada segundo que transcurría. Pensé que
no pasaría nada si dejaba de tomarla, pero me equivoqué. Llevaba días agitado e
inquieto, susceptible con cada persona que se dirigía a mí. Parece que, a pesar de todas las veces que lo había
negado, había acabado enganchándome.
Ahora la droga es algo necesario para mí, tan imprescindible
cómo lo pueden ser el agua o el aire. En lo único que puedo pensar es en
encontrar la puerta pertinente y disfrutar de una buena dosis.
Mi nivel de ansiedad
aumenta cuando por fin llego al lugar adecuado. Delante del portal veo a un
hombre tumbado. Su cara está pálida y demacrada, bajo los ojos se le marcan
unas profundad ojeras y su ropa está hecha jirones. De algún modo me recuerda a
mí, solitario y perdido, con una única salida: la muerte.
Cuando el accidente ocurrió, mi mundo se vino abajo. Pasé de
tener una vida feliz a no tener a nadie en el mundo. Ni mis padres ni mi novia
estaban ahora y ya no me podría esconder tras ellos cuando tuviera un problema,
estaba solo ante la vida. En ese momento me di cuenta de que el universo no
giraba en torno a mí, que no importaba si yo reía o lloraba, si vivía o moría.
Los años siguientes, viví como un fantasma, me limitaba a
pagar las facturas de la luz y a quedarme en mi casa sin pensar en nada. No
creo que a eso se le pueda llamar vida.
Entonces, ocurrió el milagro. Buscando por Internet, hallé la
droga. Un fantástico fármaco que te permitía morir por unos minutos, viajar al
más allá y, después, volver a la vida. He de admitir que al principio me mostré
bastante escéptico, me resultaba difícil de cree que algo así fuera factible,
pero no tenía nada que perder. Así que, pese al exorbitante precio, lo compré.
Y es que, por suerte o por desgracia, el dinero era lo único que me quedaba.
La primera sesión fue dolorosa, pero la experiencia me
maravilló. Cuando el líquido entró en mis venas, sentí como la vida me
abandonaba lentamente. Tuve miedo, pero ya no había vuelta a atrás. Un segundo
después me encontraba en un onírico mundo, lleno de sombras inidentificables.
Una de las sombras se giró hacia mí, y la pude reconocer al instante. La cara
del amor de mi vida se iba perfilando delante ante mis ojos. Quise acercarme y
abrazarla, pero una fuerza tiró de mía y me vi de nuevo en la realidad.
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